El arte de hilvanar relámpagos: algunos poemas de "66 maneras de mirar" de Neus Aguado

 

Neus Aguado
Fotografía de @Andreu Adrover

Los textos que conforman estas “66 maneras de mirar” de Neus Aguado nos sitúan en una especie de no tiempo, o más exactamente, en un tiempo circular más próximo al modo en que era concebido en la antigüedad. Un eterno presente que fulgura en intensidades fungibles y cuya luz recogemos con los párpados en distintos ángulos de apertura: distintas maneras de mirar en cada acontecer. Estamos ante una escritura que hunde sus raíces en el territorio atemporal de la imaginación, lo onírico, los grandes mitos, el mar de los clásicos, pero que, a la vez, mantiene esa relación vibrante entre escritura y vida propia de las vanguardias del pasado siglo. Para la poeta argentina Alejandra Pizarnik, la escritura era una forma de vivir con plenitud y explorar la complejidad de la existencia humana. La meta del arte no debería ser la representación de mitos perdidos o momentos utópicos, sino operar sobre la realidad misma para transformarla. Esta pretensión implica que cada momento debe ser valorado, ante todo, por sus posibilidades de ensamblaje, de reinterpretación. El poeta busca en cada situación la posibilidad de una vida plena, aunque sea temporalmente.


Cada manera de mirar parece reflejar un momento vivido fuera del tiempo, de evasión de la cadena temporal: instantes de epifanía en que somos capaces de experimentar cierta unidad en este mundo trizado. Un instante que se alza, refulge y luego nos abandona. En este sentido, hay en estos 66 asanas de la mirada una huella zambraniana, pues se reivindica una filosofía experiencial, cotidiana, una poética conectada con la vida y su devenir. Una poesía que se nutre de la pasión de la autora por el teatro y el mundo clásico, pero también y - sobre todo— de los residuos de la propia vida, los jirones del yo vencido que vamos dejando en cada recodo del sendero. Cuenta María Negroni que en una ocasión el poeta argentino Juan Gelman le dijo que: “la poesía es la ceniza que cae del pucho”, la escritura poética como excedente o ceniza de esa combustión permanente que significa estar vivos.

Hay que llevar
una aguda rasqueta
y rastrear en el humus
lo escondido y secreto.


No hay un enhebrado de los poemas de carácter lineal; de hecho, las distintas maneras de mirar están inscritas en temporalidades que parecen cosidas por un hilo más profundo, quizás la voz de la intimidad más estricta. Algo así como relámpagos hilvanados según una lógica ajena al mundo de Cronos y más cercana al Kairós de los griegos. Mientras el tiempo de Cronos es lineal: pasa y se va consumiendo, Kairós representa el momento en el que algo importante sucede. La disposición de los textos en el conjunto parece obedecer a un espacio de enunciación que se abre y se desvía de la lógica cotidiana y el carácter instrumental del lenguaje. Un espacio más conectado a un mar ancestral en el que convergen todas las temporalidades: origen y destino final de todo devenir humano. Y aunque los poemas están datados con precisión cronológica, al ordenarlos en mosaico, la autora ha dinamitado los peldaños, dificultando cualquier tentativa de recorrido lineal. Dejándonos en un tiempo diferente y suspendido en el que el corazón no se pudre, pues queda sujeto a otras leyes.



Quizás sea necesario un tiempo que da la vuelta al sulky de juguete de la infancia: un tiempo inédito en el que la memoria y su belleza persistan para entender el rocambolesco ciclo de los días.

Laura Giordani

[Fragmento del prólogo de 66 maneras de mirar]



 6 

      Floración



Como hierro candente sobre la nieve, nacen
. .flores extrañas,
en la alta montaña de mis días.
Cuando no sabes qué hacer mandas una flor,
. .dices;
ignoras que desde que te vi me habitan flores
. desconocidas.
                                                        19.04.2016




24

Los que se van yendo de todas
     .   las maneras posibles


Con lentitud
como si una flecha de oro
atravesase mi realidad y la rompiese
sin vuelta atrás
cada vez que uno de vosotros emprende el
vuelo.
La luna era más impactante cuando tú tam-
bién la mirabas.
                                                      15.12.2021








         .      Turó Park

Cada día recuerdo menos
el nombre de los árboles
a medida que más los necesito.
Decir tilo es ver a mi madre entre sus hijas,
decir cedro es ver a mi padre.
Cuándo aparecerás
entre los bosques de los predestinados:
Entre los árboles del último adiós.

                                                                     09.09.2021


60

SOLO fue un accidente
y un naufragio
del que nunca
se encontraron los pecios.

                                03.11.2019



ACERCAMOS los rostros sin ninguna intención pero después de separarnos
encontré la luminosa presencia de lo prohibido.

                                             03.11.2019



EL AMOR es devastador
y no es una rima interna
es el colapso de los campos de trigo
y las manos de Maruja Mallo
llenas de trigo para las hambrunas del mundo.
                                          
                                         03.11.2019







61

     .    Caballo de luz

Caballo de luz
que eclipsas la oscuridad de mi mundo
protégeme contra las sombras del miedo
guárdame en tu frente de miel.
Dame amablemente una oportunidad:         
               .  La oportunidad de salir salva.



62

El mar de la muerte me contempla con sus
miles de desaparecidos. No puedo mirar para
otro lado: sus cambiantes azules me siguen
atrayendo para la vida y para la muerte.

                                                                 24.09.2019







Presentación de "66 maneras de mirar" en Librería Animal Sospechoso de Barcelona.





Neus Aguado (Córdoba, Argentina, 23 de agosto de1955) es poeta, narradora y crítica literaria. Licenciada en Ciencias de la Información (UAB) y en Arte Dramático (Institut del Teatre de Barcelona), ha ejercido el periodismo cultural, y ha colaborado en llevar a la escena la obra de Alejandra Pizarnik, Feliu Formosa, Maria-Mercè Marçal y Anna Murià. Ha sido secretaria general de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (ACEC) y fue cofundadora del “Comitè d’Escriptores del PEN Català”.

Ha publicado los libros de cuentos Juego cautivo y Paciencia y barajar, y los poemarios: Paseo présbita (con dibujos de Antoni Padrós), Ginebra en bruma rosa, Aldebarán, Intimidad de la fiebre, En el desorden de la casa (libro de artista junto a Marga Ximenez), Tal vez el Tigre y la plaquette Entre leones (con cubierta ilustrada de Alejandro Häsler). Su último libro de poesía es 66 maneras de mirar (Animal Sospechoso Editor, 2023).

Sus poemas, narraciones y microrrelatos, suelen aparecer en publicaciones nacionales e internacionales.

Reside en Barcelona.


Más información sobre la autora:

https://es.wikipedia.org/wiki/Neus_Aguado


 

 

Aquel trinar en los nidos ahora vacíos: algunos poemas de Teresa Shaw

 


 
  Supongamos el estallido
  un instante de pura luz
  un punto denso de materia
  el aluvión de mercurio y azufre
  La dilatación del tiempo
  antes del primer segundo
  Infinitos manzanos
  en una sola semilla parda
  Supongamos la Tierra y los océanos
  la vida desnuda y sin propósito
  La naturaleza entera abriendo los ojos
  cuando la amorosa criatura despierta
  Y supongamos aún que en el silencio de la noche
  nadie lo advirtiera
  Pero escucha
  los suaves cascos del verano
  descienden ya por el jardín



 ¿Recuerdas?
 Rescatar el testimonio
 de la que murió con el vestido de otra,
 abolir el tiempo,
 la locuacidad de las palabras.

 ¿No estaban ya aquí las encinas,
  no eran las garzas, garzas,
  la laguna, laguna, antes que lenguaje y frontera?


  Las palabras te esconden,
  disimulan.
  El pasado, fijado para siempre,
  te desconoce.


  Donde perdimos las palabras
  echamos raíces.




El pez.

Su ser desposeído
escamas, arena, fondo de agua.

Pero no de la vida
–come con avidez,
cae en el anzuelo–
sino del tiempo.
Desposeído ojo,
labio, redondez:
Encarnado ahí
oculto en el universo.

De Cabañas en el desierto (2019, animal sospechoso editor)


PRIMERO fue la piedra. la sumisión de la piedra. el suave roce. la mano sella el pedrusco. la sangre enciende la chispa. un fulgor en la agonía del rayo. otro incendio golpea piedra contra piedra. extrae con el filo un sentido que orquestará el mundo entero. razones para la caza y la guerra. mano dura roca que abre el abismo. maduran los días de la tierra. mueren allí donde palpita otra muerte. la muerte del otro. cadena implacable de la destrucción. necesidad primitiva inocencia. ¿escuchas lo que adherido al hambre y la fiesta viene cayendo tras la fricción de la piedra?


CREPITA la ciudad hasta alzarse como el paisaje de piedra de un impoluto bosque. los árboles alzan sus troncos grisáceos rozando el cielo. un cielo que se tiñe del mismo gris. nada puede brindarles el necesario rocío. nunca florecen. crecen sin ramas ni hojas. sólo sus troncos secos desnudos. pero nada les impide alzarse en la avenida. alcanzar una altura de vértigo. su función es derramar sombra sobre los seres del asfalto. seca la tierra seco el aire y el barro. mas el día se presenta con un cierto esplendor. recuerda aquellos en que la lluvia atraía insectos y larvas a los charcos. cuando se escuchaba aquel trinar en los nidos ahora vacíos.


DESCARNADO sol. su luz se proyecta sobre el esqueleto de la ciudad. ilumina la calle donde recuerdan sus juegos los niños. lejos de la estrella sus sonrisas rubias. ¿crecerán estos niños envueltos en sus abrigos? ¿lejos de la estrella reconocerán algún día el reino? ¿aquel donde prevalecía? ¿regresarán los años enterrados bajo el cemento? ¿regresarán a sus juegos el lobo y el cordero? ¿recordarán? sola la luz al excavar sus rostros vacila recuerda.

De Todo es deriva (2022, animal sospechoso)


Teresa Shaw (Montevideo, 1951). Desde 1976 reside en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Ha publicado la plaquette Evocación de la luz (Buma Cuadernos de poesía, Barcelona 1999) y los poemarios Destiempo (Biblioteca íntima, March Editores, Barcelona 2003), El lugar que contemplas (Biblioteca íntima, March Editores, Barcelona 2009) y Cabañas en el desierto (Animal Sospechoso editor, Barcelona 2019) y todo es deriva (Animal Sospechoso editor, Barcelona 2022).

 Su obra ha sido recogida en algunas antologías como Barcelona: 25 años de poesía en lengua española (Revista Ficciones, Granada 2002); Las poetas de la búsqueda (Libros del innombrable, Zaragoza 2002); The Other Poetry of Barcelona: Spanish and Spanish-American Women Poets (InteliBooks publisher, Oakland, California 2004); y Voces de la poesía uruguaya reciente. Austero desorden (Verbum, 2011).

 Ha traducido el poemario Woorolo de la poeta y artista plástica Frieda Hughes (Plaza y Janés editores, Barcelona 2002) y fue Coeditora de la revista 080 poesía Barcelona

Más información sobre la autora:

https://es.wikipedia.org/wiki/Teresa_Shaw







De un verde convaleciente: fragmentos de "El tranvía verde de Alejandría" de Rodolfo Häsler

 

Si la ciudad acogiera mi sombra...
para siempre.




Tiene una parada prolongada
en una esquina infame,
avanza al ritmo
de los sobrevivientes,
un tiempo demorado, renqueante,
como el cojo que vende pan
junto al estacionamiento,
me habla pero no logramos comunicarnos,
zumo de limón solapa el retorno
de un pasado
que el limo de la bahía
no consigue ocultar


El tranvía verde de Alejandría” (2023, Ediciones del 4 de agosto) es el número 247 de la veterana colección Planeta Clandestino que, con perseverancia y entusiasmo, hace posible Enrique Cabezón desde Logroño. Cada ejemplar, numerado y firmado por el autor, tiene el formato justo para acompañarnos en un café o en un trayecto en tren. En este caso, el poeta Rodolfo Häsler nos invita a recorrer los distintos rincones de la ciudad de Alejandría en su viejo tranvía. Cada poema es el tramo de un recorrido que se contrapone a la cultura de la alta velocidad y al viaje subterráneo, a ciegas, en el metro de cualquier urbe actual. De cuántos matices y detalles somos privados en nuestros habituales y vertiginosos recorridos urbanos.


Este tranvía poético se desplaza por la superficie de una ciudad que se va abriendo sutilmente al lector a medida que avanzamos por sus páginas. Los poemas dan cuenta de distintos trayectos a lo largo de una ciudad que insinúa heridas no cerradas del todo, una cartografía del daño que todavía supura. Nada que ver con una visita panorámica para turistas; los desplazamientos del poeta nos permiten auscultar el pulso de una ciudad en la que el tiempo parece seguir agonizando. Entrevemos así, en cada poema, una suerte de esplendor opacado, una larga convalecencia que continúa a la derrota.

Arranca de un tirón
y cae un tornillo sobre el dedo gordo
de mi pie derecho. Lo recojo
y la cadera cruje al agacharme,
lo guardo en el bolsillo del pantalón,
una grasa pestilente
se incrusta en la yema
del dedo pulgar.


El descascaramiento, la decadencia que se hacen tangibles incluso en la precariedad del propio vehículo, en sus parchados y tonalidades de verde casi imposibles de definir. Como nuestra propia existencia, el tranvía avanza con paso precario, perdiendo sus engranajes, abarrotado de viajeros que no siempre ofrecen el perfume de la hospitalidad. Como esa mujer que entra al tranvía con la jaula y el pájaro negro que escudriña al poeta o aquella tatuada en la frente que desdeña el asiento ofrecido o las miradas de recelo ante la portada del libro del autor egipcio Naguib Mahfuz a quien muchos, seguramente, desprecian.


No hay asientos libres
y me levanto para que se acomode
una mujer cargada con un saco,
el rostro enmarcado por un paño negro.
Tocándose el tatuaje en la frente,
con gesto despectivo
rechaza mi ofrecimiento.


Los cafés como cuentas que hilvanan los desplazamientos, reservorios en los que todavía pulsan los fragmentos de las ciudades, espacios alejados del vértigo cotidiano. El ritual del café que ofrece al poeta la posibilidad de comunicarse, tomar contacto con un pasado todavía que respira con dificultad entre ruidos de tazas y mesas renqueantes.

Me bajo del tranvía
y cruzo al café Trianon,
en las paredes hay paneles desvaídos
con figuras que bailan, que oscilan,
que recuerdan a los frescos faraónicos.
Una de las jóvenes
lleva en la mano un abanico de fibra trenzada
en forma de flor de papiro.
Los colores son sutiles,
predomina el verde Nilo,
da la sensación de que al fijar la mirada
el detalle podría borrarse de un momento a otro.
Si uno presta atención,
el pasado de la ciudad
continúa decayendo ante los ojos.
El abanico es la prueba.

     



alcanzarla no pueden
Safo



K de Kavafis como K de Kassandra,
Kalypso, Kerberos,
Kronos y k de kardio,
kefalé, isla de Kálimnos,
k del poeta que huyó
por la calle Lepsius,
k de mirar atrás para entender
lo que viene,
Kavafis dice un dos tres
y todo salta por los aires,
ni ciudad cosmopolita
ni bárbaros al acecho,
humea un gran desconcierto,
y aunque lo intenten
alcanzarla no pueden.



Rodolfo Häsler nació en Santiago de Cuba en 1958, cumplió dos años ya en La Habana, donde vivió hasta los diez, momento en que la familia se traslada a España, a Mojácar, lugar que en 1968 era destino de artistas y personajes de toda índole. En 1970 se trasladan a Barcelona, donde fue alumno de la Schweizer Schule. Estudió Letras en la universidad de Lausanne, Suiza.

Tiene publicados los siguientes libros: Poemas de arena (Editorial E.R., Barcelona, 1982), Tratado de licantropía (Editorial Endymión, Madrid, 1988), Elleife (premio Aula de Poesía de Barcelona, Editorial El Bardo, Barcelona, 1993 y Editorial Polibea, Madrid, 2018), De la belleza del puro pensamiento (Editorial El Bardo, Barcelona, 1997, beca de la Oscar B. Cintas Foundation de Nueva York), Poemas de la rue de Zurich (Miguel Gómez Ediciones, Málaga, 2000), Paisaje, tiempo azul (Editorial Aldus, Ciudad de México, 2001), Cabeza de ébano (Ediciones Igitur, Barcelona, 2007 y Ediciones El Quirófano, Guayaquil, 2014), Diario de la urraca (Huerga y Fierro Editores, Madrid; Editorial Mangos de Hacha, Ciudad de México; Kálathos Ediciones, Caracas, 2013). Lengua de lobo (XII premio internacional de poesía Claudio Rodríguez Hiperión, Madrid, 2019; Trabalis, San Juan de Puerto Rico, ediciones Matanzas, y Editorial Saltaelpez, Buenos Aires). Hospital de cigüeñas (Olé Libros, 2023).

Ha publicado la plaquette Mariposa y caballo (El Toro de Barro, Cuenca, 2002) y Cierta luz, Ediciones Mata Mata, Ciudad de Guatemala, 2010), así como Antología poética (Editorial Pequeña Venecia, Caracas, 2005) y Antología de Tenerife (Ediciones Idea, Las Palmas, 2007).

Ha traducido la poesía completa de Novalis, los minirelatos de Franz Kafka, Todos los caballos de Antònia Vicens y una selección de Anthologie secrète de Frankétienne. Es autor de la antología poética El festín de la flama de la poeta boliviana Blanca Wiethüchter. Ha sido incluido en diferentes antologías de poesía española y latinoamericana.


Más información sobre el autor:

https://circulodepoesia.com/2010/10/foja-de-poesia-no-247-rodolfo-hasler/


 


La amistad unánime: una aproximación a "El dolor que amamos" de Antonio Crespo Massieu por Viktor Gómez

 


La amistad unánime”. Aproximación a EL DOLOR QUE AMAMOS por Víktor Gómez.


Conjuga tu presencia la luz que declina.
Y hace más leve la herida

El hijo poeta de un médico, un proactivo doctor, compasivo, hombre de ciencia al servicio de los necesitados, aprendió muy chico que no hay sanación sin la combinatoria de ciencia y amor. Fue en 1957, ante la epidemia de la polio, que abatió a la población infantil, y frente a la cual trabajó sin descanso y con una luminosa sonrisa, el Dr. Ángel Crespo Santillana, dando todo su ser, medicina de los cuerpos y los (des)ánimos de tan pequeñitos pacientes. El Dr. resultaría ser un ángel compasivo. Esa heredad recibió de muy pronto el poeta Antonio Crespo Massieu. Su trayectoria poética viene marcada por un meticuloso cuidado del lenguaje y de la palabra poética, de los factores políticos y socioculturales que en la historia han marcado terribles desigualdades e injusticias, así como las diversas formas en las que los hombres y mujeres de cada generación y pueblo se enfrentaron a la infamia y perversidad de los sátrapas de turno.  “La humillación es, —al menos en este país, / un rito exacto, calculado, perfeccionado, / en siglos de desprecio/”.

Desde «Elegía en Portbou», «Los regresados», «Obstinada memoria», o su obra reunida en «Memorial de ausencias» hasta el que hoy se presenta, la escritura de Crespo Massieu deviene en implacable desvelo por desocultar las vidas y acciones personales o colectivas por una organización social horizontal y justa, mestiza, creativa, sostenible. Desocultar: mostrar, abrazar, y reincorporar sus proyectos libertarios y éticos, ya no como caminos truncados, sino como signos y palancas para avanzar y transformar el presente. Algo que se reafirma con una sensibilidad, agudeza y lucidez admirables hoy, desde “la amistad unánime” que es la forma más alta de “la salud de los vínculos” que florece en este libro. No se alcanza a entender la historia sin la mirada y palabra de los poetas, propongo aquí y ahora, desde toda su obra narrativa, crítica y poética. “Como si tuviera la historia, un hilo de luz, / espacio común, un sueño pequeño, un cumplimiento, una humana redención.”

Así, en «El dolor que amamos» el amor mismo transforma el sufrimiento en dolor, y éste en visión y gracia. El ángel cuidadoso de los finos hilos, de los cabellos (desprendidos de las mujeres enfermas o cruelmente arrancado de las represaliadas) los rescata, restituye, nombra y muestra rehaciendo el tejido de la historia silenciada o denigrada de los abajados y torturados por su amorosa lealtad al bien común, a la vida digna. En «el dolor que amamos» se percibe una femenina mística de la nimiedad, ética de los cuidados, sabiduría de la atención sobre las fracturas del mundo, sobre la herida continua; y una virilidad mística de La PazCiencia y restitución no-binaria (el ángel) de lo dañado. ¡Cuán sabia y tenaz ternura! ¡Divina memoria de los borrados del mundo, de los anónimos y los estigmatizados adalides de la justicia, la ciencia, la belleza, la cultura, la compasión! La poesía, al fin en su quid, nos conecta con una verdad profunda, virtud misteriosa, y así: “Recorremos todas las cosas, en duelo con el ángel, en sueño o revelación, descenderemos a la pluralidad y ascenderemos a la unidad”.  La cantidad ingente de referencias a personas, mujeres mayormente, hechos históricos y libros da cuenta de todo ello, enriqueciendo la experiencia de la lectura, que será relectura y viaje sapiencial por la historia de la humanidad, pero también por la humanidad de la historia, en tanto florecimiento de las rosas de la hospitalidad y los jazmines de la inteligencia vincular que uno a uno, renuevan las alamedas y jardines de la conciencia del lector, facilitando así una actitud y presencia en un mundo tan desbordado de calamidades, atropellos y despropósitos como el actual. Leer, entonces, «El dolor que amamos», será primero una sanación individual, después una invitación a la renovación del tejido social en el que vivimos. Y en vez de responder a la llamada del héroe victorioso, del general o caudillo, del “iroman” marveliano, será desde la piedad y gratitud hacia “los efímeros”, que hallaremos una posibilidad de transformarnos y tomar las riendas del presente, deudor de lo olvidado, “El recuerdo es un esfuerzo del lenguaje”.

Esa revolución, revuelta, insurrección, está en «El dolor que amamos». La poesía (de la historia) es transformadora, o no es. Pero no cualquier transformación, sugiere esta poética místico-política. No una transformación egocéntrica, autocomplaciente y olvidadiza. La poesía, según entiende Crespo Massieu está al servicio de la más alta pobreza, del más sagrado bien, el que cuida, recuerda, restaura, aviva la vida digna de todo ser vivo o muerto. Poesía de la memoria, de la conciliación entre la esperanza y el duelo, los vivos y los muertos en la “amistad unánime” que no cede ante el oprobio y la violencia estructural, y que en su angelical perseverancia es presencia imbatible. Nada de superfluos optimismos, pero menos aún claudicar ante la antivida que propone el capitalismo renovado en el S. XXI. 

Las preguntas en este libro, los diálogos con los que ya no están, las reiteraciones del ángel en recuperar el hilo enmarañado y desovillarlo, para con suma delicadeza poder seguir avanzando con la vida… tanta interrogación, temblor, apuntan hacia “lo que sucedió mañana”, es decir, hacia lo que nosotros seamos capaces de crear, desde «El dolor que amamos», desde “las pequeñas cosas”. Leer es crear, escuchar es recrear y hoy podremos disfrutarlo entre todes. Gracias, desde la voz de Antonio, “por vosotros la esperanza, para vosotros la palabra”.

                                                              Por Viktor Gómez


Presentación de "El dolor que amamos" acompañado de Viktor Gómez



El ángel

Este es el ángel de las pequeñas cosas. El que
recoge hilos, hebras, filamentos del tiempo
perdidos en el sumidero de la historia.

Más invisible que ninguno, efímero y
tenaz, ángel mínimo que rescata
y ovilla la esperanza, retiene el fulgor de lo
vivido en lo que fue ceniza, disolución,
innumerables montones, montañas de
cabellos, indiferente pacto del olvido.

Él las escoge una a una, pues cada hebra es
un nombre, una historia, un acontecer y la
lleva consigo como si fuera un principio,
como si no hubiera sucedido. La sostiene
entre sus manos de ángel translúcido y todo
comienza como una promesa: el
cumplimiento de la carne que fue humo,
silencio estremecido, humillación o grito.

Es el que recoge una hebra del cabello de la
mujer rapada, insultada, zarandeada por las
calles, escupida por los hombres y la sostiene en
el aire invisible de la piedad.



                                      Cristo muerto sostenido por un ángel. Antonello Da Messina (1478)


CUANDO LAS RANAS CRÍEN PELO

Pues ha sido escrito:
“cada hebra es un nombre, una historia, un
acontecer”. La mano del ángel que sostiene este
único pelo, casi invisible como su presencia, detiene
el tiempo y todo regresa pues aquí vive la vida no
cumplida, la imposible espera, el advenimiento de la
justicia o el clamor repetido de todas, todos, los
humillados.

Delgada y frágil, casi sin voz,
como si naciera su palabra de un pozo
profundo, tanteando las sombras, buscando la
luz, con un bastón en la mano, erguida, junto a
la carretera secundaria
(aquí todo, dolor, memoria, justicia, todo ha sido secundario)
su espalda tan cerca del quitamiedos
(ironía de esta historia de carreteras secundarias).
La mujer está. María Martín permanece.
¿La sostiene el ángel invisible?
¿O es el aire, la luz, lo ingrávido?

Todo fue preciso.
La humillación es –al menos en este país–
un rito exacto, calculado, perfeccionado
en siglos de desprecio, repetidos
sambenitos por calles empedradas o
caminos de barro, procesiones de odio,
bulliciosos autos de fe.
Todo con su medida exacta:
un litro de aceite de ricino y 20 guindillas para las
mujeres (embarazadas o no), las mayores de 12 años.
Para las niñas medio litro y 10 guindillas (cuestión de
aprendizaje).
Era en el cuartel de la Guardia Civil.

María pregunta:
“¿Dónde está Dios?”

¿Estaba en los niños que tiraban piedras, en las
gentes del pueblo, en sus risas, sus insultos? ¿O
todo era ausencia?

Tal vez sostenía el dolor el ángel invisible, el de la
oculta esperanza de las siempre humilladas.
Refutación de un Dios ausente, alas rotas por el
vendaval de la historia, piedad entre escombros,
inerte presencia.

El padre en la siega
(verano, Pedro Bernardo, Castilla)
horas abrazando a la niña

(Faustina, ya fría, inerte, en la cuneta).
Arrodillado en tierra, con un puñado de zarzas
en las manos, sin sangre, sin voz.
Y la niña,
(los seis años de medio litro y 10 guindillas)
mirando.
Ojos abiertos de una memoria encendida.

Todo se resuelve en un hilo. El que sostiene la
mirada de la niña, el que está en la voz, la
afonía, el pozo, la cuneta.
En la voz rota que dice:
“esta mujer sigue
esperando que las ranas
críen pelos”.

En la cuneta, junto a la carretera,
sigue esperando.
Y el ángel de los desposeídos de la tierra, los
humildes, los que en la noche de los siglos
claman justicia, las de voz afónica, las
erguidas en el tiempo del desprecio. Él,
que sostiene la hebra caída de la
memoria, sabe que un día les crecerá
pelo a las ranas.




EL MAR. LA AUSENCIA

Como si el mar tuviera alguna respuesta,
fuera disolución o permanencia
–de espaldas la habitación del padre.

Instante del recuerdo sin imagen ni figura,
solo signo, palabra:
padre muerto, veraneo, ausencia,
habitación junto al mar.

Y la única realidad este azul intenso,
indecible, que no es, que no puede ser,
palabra. Olas que esperan horizonte, lo
inalcanzable, otra disolución, otro olvido en la
inmensidad.

Permanece el mar, como
si tuviera respuesta.

El recuerdo es un
esfuerzo de lenguaje.

Ausente la figura
solo la palabra
evoca, conmueve,
rescata.

De ti solo queda el
nombre que pronuncio.
En el lugar que fue tu
muerte.



Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951)

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense y Diplomado en Estudios Portugueses por la Universidad de Lisboa. Ha sido responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur, en la actualidad pertenece a su Consejo Asesor. Ha publicado los poemarios En este lugar (Fundación Kutxa, Donostia- San Sebastián, 2004) por el que obtuvo el premio “Ciudad de Irún”, Orilla del tiempo (Germania, Valencia, 2005), Elegía en Portbou (Bartleby, Madrid, 2011), Los regresados (Ediciones 4 de Agosto, Logroño,2014), Obstinada memoria (Amargord, Madrid, 2015), Memorial de ausencias. Poesía reunida.2004-2015 (Tigres de papel. Madrid,2019) y Compartir (Las hojas del baobab, Stabile&Estudillo editores, Cádiz, 2021). Su obra poética ha sido incluida en numerosas antologías. Fue finalista del premio Nacional de Poesía 2012 con Elegía en Portbou. En 2009 publicó el libro de relatos El peluquero de Dios (Bartleby Editores, Madrid, 2009). Su novela Portbou: estación término fue finalista del Premio de Novela Ateneo de Madrid 2021.  Ha colaborado con trabajos de investigación, crítica y creación literaria en revistas especializadas.


Video presentación de "El dolor que amamos" junto a Manuel Rico y Juan Carlos Mestre.

(Marzo, 2023 en Café Comercial de Madrid)

  https://www.youtube.com/watch?v=LCvKLIwJMOM



Fragmentos de "Todos los febreros cada dieciocho" de Fer Gutiérrez


Sólo el dolor 
no alcanza nunca la dimensión humana,
es siempre mayor que el hombre,
y sin embargo tiene que caberse en el corazón

Vladimir Hölan



Todos los febreros
cada dieciocho
(2020, La Garúa Poesía)



8.

Sus manos el patio de la infancia
caricias y girasoles
creciendo a la par que yo

nido árbol
en ese orden

en ellas 
aullidos de muerte
lamen hoy mis heridas



34.

He salido del grito
no cabía más tristeza

ahora habito un vacío
un vacío exacto a tu no sombra

 

44.

¿Cómo explicar la muerte?

Nada que ver con lo que me habían dicho
mucho menos con todo lo leído

igual debería comenzar contando
que desde la calle
no se ve la ventana de tu habitación.


59.

Junto al árbol derribado
inventé un pájaro
dos

una bandada

es mi modo de gritar tu nombre

Ilustración de Erika Khun
                                                  
60.

Detrás del cristal
aceptada tu ausencia
me pareciste una frágil palabra
a punto de ser callada


75.

De tu mano hice la niñez
y un pozo de agua clara

arropar la sed

de tu mano
el camino

apenas unas décimas de fiebre.




"La poesía es exiliarse de uno mismo para encontrarse. El poeta huye del dolor pero encuentra el corazón solitario. Entonces, el poema se convierte en un lugar donde todo puede ser posible. Fer Gutiérrez (Badalona, 1965) crea una atmósfera dolorosa aunque llena de belleza en su ópera prima, Todos los febreros cada dieciocho (La Garúa Editorial). El sufrimiento individual es vertido en un discurso de recogimiento. Y, pese a todo, el lector no encontrará un aullido sino un susurro".

Fragmento de la reseña de Jesús Cárdenas para Culturamas. El texto completo aquí



Fer Gutiérrez nacido en Badalona, 1965. Llovía con ansia, a empujones. Varias publicaciones en revistas digitales, colaboración con Karima Editora en Poeta en Nueva York. Poetas de tierra y luna. Todos los febreros cada dieciocho fue su carta de presentación como autor. Un año después y a modo de celebración echa a volar "algo de pájaro quedó"

Claros del bosque para un lenguaje devastado. Reseña de "Manca terra" por Laura Casielles.

 

Manca Terra
Laura Giordani
La Garúa, 2020

¿Es posible recuperar un lenguaje devastado? ¿Y recuperarse de él? Y el mundo, ¿es posible recuperarlo con palabras rotas? En Manca terra, Laura Giordani parece abrir una ventana para pensar que sí. O que tal vez, al menos. En sus poemas, el mal y la poesía atraviesan el siglo como en una batalla escondida pero crucial.

En la mirada sobre la realidad que despliega este poemario —noveno de la autora—, la destrucción muestra una doble cara, como esas máscaras inquietantes que giran ofreciendo dos maneras del mismo gesto. Por un lado, el horror, su irrupción en diversos tiempos históricos: la colonización que en nombre del progreso arrasó con las formas de vida, el Holocausto, las guerras en las que perdieron los justos. Por otro, esa forma apática del desastre que se encarna hoy en la desconexión, en la pérdida de lo común y del sentido en un mundo saturado de mercado y de pantallas. Quien lee se pregunta cuál es la conexión entre esos tiempos, qué hilo hay tendido entre sus trampas. Tal vez —se responde— la urgencia de entender que lo que vivimos hoy no es sino un nuevo momento, distinto pero equiparable, de la enfebrecida carrera de esa “extraña estirpe que a su estela de huesos / y vasijas rotas brinda exequias”, esa Humanidad que mientras cree avanzar va cayendo. Y la constatación de que nos resulta difícil verlo quizá porque esperábamos una derrota vistosa, un hundimiento con tambores y campanas, y no este tejido de olvido y soledades. Entre el tiempo del horror y el de la desidia aparece también el hilo conductor de un pacto de silencio: “haber visto / y seguir / como si no pasara nada”.

En el prólogo a este libro, Yaiza Martínez destaca la presencia de los árboles y su simbolismo. Habla del Ogham, un alfabeto usando antiguamente en Irlanda y Escocia en el que cada letra se correspondía con un árbol, y que siempre ponía en juego, por tanto, por su propia naturaleza, dos modos simultáneos de decir. También aquí la alusión parece desdoblarse: los árboles serían por un lado el trasunto de la poesía, lenguaje capaz de decir más de lo que dice, “ese otro espacio-tiempo donde se generan los sentidos vitales”; pero también serían los árboles en sí, algo vivo que permanece a pesar de todos los muertos, “literalmente, nuestra posibilidad de respirar y seguir viviendo”. Caminando con atención a los árboles, no parece casual por otro lado que el libro se abra con una cita de María Zambrano: si se busca un lugar al cual se llega “sin itinerario / solo por imantación”, este bien podría ser ese claro del bosque que para la filósofa era el lugar de conocimiento asociado a la razón poética, del que “se traen algunas palabras furtivas e indelebles al par, inasibles, que pueden de momento reaparecer como un núcleo que pide desenvolverse”.


.

Son esas palabras vislumbradas las que Laura Giordani parece andar buscando: “Desamortajo palabras / las froto como pedernales / hasta encender el recuerdo de un verbo / sin conjugaciones”. Esa palabra “sustraída de la podredumbre / convenida” la encuentra, claro, en la poesía. Pero antes aún, en otro lugar limpio: la infancia. De manera recurrente, en los textos visita a una niña “ajena todavía a esta violencia / adulta de nombrar”, que es así también un “árbol salvado de la quema / por su savia transparente / no maderable / todavía”. De algún modo, la infancia idealizada aparece como siendo lo mismo que la poesía: un resto de otro tiempo, de otro modo de estar en el mundo, de relacionar las palabras con las cosas. Y ese es el rastro que la autora anda siguiendo: apariciones, claros del bosque en los que lo poético brilla como un modo otro de nombrar, en mitad de la devastación. Así, la segunda parte del libro, “Cantar mientras el mundo se derrumba”, se recrea en “obras supervivientes” que jalonan los momentos del horror. Esas obras no son grandes, no son monumentos, no han pasado a la historia. Son apenas “una diminuta talla de madera de caldén, dos postales con matasellos de Mathausen-Gusen y las veinticinco palabras permitidas, unos versos en catalán escrito en papel de saco de cemento, el dibujo de una mariposa amarilleando en una pequeña maleta de cuero”. “Obras que aceptaron su fragilidad y en esa aceptación, se hicieron sólidas y resistentes” y que en el recuerdo vuelven como “tierra no devastada del todo / donde los árboles / olvidan la tala”.

Hasta ahí, sin embargo, el universo desplegado en Manca terra puede aún resultarnos familiar. Conocemos otras poéticas que desgranan los grandes desastres históricos y las resistencias que han mantenido la raíz de lo humano viva bajo ellos. Lo especial de la propuesta de Giordani en este poemario llega en la tercera parte del libro: cómo se conjugan aquellas con su abordaje del hoy. La pregunta por cómo se ejerce esa “creación como gesto íntimo de resistencia” en el tiempo de lo fugaz y lo inane, cuando “los ojos se hunden en la pantalla para no ver cómo el mundo arde afuera”. Salpicadas en su escritura de tono antiguo y telúrico, las palabras tuit, satélite, gentrificados barrios aparecen como un golpe, como a destiempo —como un pistoletazo en un concierto, como decía Stendhal que sonaba la entrada de la política en una obra literaria—. El lenguaje de los árboles no estaba preparado para hablar de redes sociales y de dietas. Y, sin embargo, no podemos obviar esta nueva forma de la catástrofe, parece decirnos Giordani: “Todo derrumbe requiere su música. Y sus poetas”. Ella se alista para el intento de tender un puente entre lo de siempre y lo coyuntural: “En un taller de Bangladesh / una niña menstrúa por primera vez / frente a una máquina de coser”.

La tarea es particularmente difícil porque, en esta nueva era del desastre, los árboles —es decir, las palabras— están desgajados, arrancados: “respiran con dificultad —eucaliptos enfermos en el pecho— todavía recuerdan la hermandad con otros árboles”. El tiempo de la febril conexión es el tiempo desconectado: “nuestras soledades despliegan bajo los pies cornisas cada vez más afiladas”. Falta tierra, manca terra: no se puede ni arraigar ni enterrar a los muertos. Se dibuja un apocalipsis muy extraño en el que “en la hora final / grababan en sus cámaras el colapso / y escribían #ultimodía #lacaída #elcolapso”. Ese es uno de los signos del mal vigente: un modo de nombrar apresurado en que las palabras han perdido su conexión con las cosas, “un lenguaje ególatra y banalizado que hace que nos alejemos del pulso de las invocaciones necesarias para la vida de cualquier comunidad” (síntoma, en realidad, de un mal mayor, porque lo que se rompió fue también la cadena que une las causas con las consecuencias: “también escribieron #revolución / en sus i-phones fabricados / por manos esclavas”). El lenguaje está contaminado: “palabras para entretener, descartables casi todas”, que “se nos devuelven vaciadas, abusadas y con ese material de derribo debemos edificar”. Sin miedo a dar pistoletazos en mitad de su propio concierto, Giordani escribe: “Mientras librábamos batallitas en el significante / ellos ingresaban en la semilla / nos hacían repetir diversidad / mientras iban eliminando escrupulosamente / las huellas dactilares”; “ahora lo sabes, imposible vencer con sus reglas: están hechas para que fracases”.



Ante esa precisa forma de la devastación, se entiende mejor de qué modo se puede proponer la poesía como camino —o modo de andar— capaz de ir hacia otra parte: su empeño es por traer de vuelta las palabras limpias de la infancia, “devolverles el latido, reanimarlas como al cuerpo de un ahogado”. Entre los paisajes oscuros que dibujan estos poemas, entre la descripción precisa y cargada de rabia de la voz que habla, se cuelan otras, que aparecen como gritos de auxilio, como fantasmas o remanentes de otro tiempo o de otro modo de estar en el tiempo. Articulan preguntas ante las cuales “los motores de búsqueda no / arrojan resultados / no pueden responder”. Dicen, en su cursiva que grita: “No recuerdo cómo parir / No recuerdo cómo morir”. Dicen: “tengo los pies helados / abrázame mamá / se me cierra el pecho”. Lo que este libro propone, con su cosmogonía de árboles y holocaustos y pantallas, es escucharlas. Y con ellas ensamblar una poética y una política. (¿O tal vez apenas una ética? Volvamos a la raíz común de estas palabras: llamemos como queramos a la propuesta de un modo consciente de estar en el mundo). Giordani abre la puerta que deja ver el dolor y luego dice: “Ahora canta, si puedes”.

Porque el canto, al brotar, duele. En las palabras laten los pasados que fueron, y también los futuros y esperanzas —de nuevo Zambrano— aniquilados antes de ser. Todo lo que podamos decir, si es realmente lenguaje de los árboles, lleva en sí la huella del daño y de la resistencia, la memoria de la comunidad, que subyace y puede volver la superficie: “que las lágrimas hagan su trabajo / con las palabras enterradas / escribir será una súbita floración / en la rama calcinada”. Así, se trata de “escribir como gesto humano”, para articular “una sintaxis de la reparación”, “una antibotánica / que desdiga los herbarios / la anatomía forense de las nervaduras”.



Pero quien dice escribir, ¿qué dice? La poesía que se propone no puede ser una “minoritaria y minorizada al modo de reserva o parque protegido”, sino una recuperación necesariamente colectiva y compartida: “palabra devuelta al lugar común abandonado”, “remanente del bosque”. Giordani quiere poner “lo poético a salvo de los poetas”, “tan lejos de esa hipertrofia de los egos, tan cerca de lo que nos deslumbra y luego se desvanece sin reclamar posteridad alguna”; y no escatima en dardos para ciertas apropiaciones de lo poético: “nunca escribimos solos, así lo creemos para sostener esa superstición del ‘artista singular’”. Quien dice escribir dice guardar en la mano una talla de madera en el monte de los mamuelches, ver una mariposa en un lugar sin mariposas, pronunciar las veinticinco palabras que se pueden decir en Mathausen. Preservar la belleza, tratar de entrar en contacto “como quien golpea / su celda hasta sangrar / para saber si hay alguien / al otro lado”. “Atravesar el propio corazón, sus zonas no pisadas”, mantener la “sangre dispuesta / a lo inesperado”. Caminar hacia el claro del bosque, donde respira como un animal tranquilo la poesía. Pero no la poesía de los poetas: sino la poesía como ese lenguaje común y superviviente que asciende hasta “dormirse arriba en la luz”, como quería Zambrano. Por más que en torno impere lo oscuro. O tal vez por ello.

Laura Casielles

La reseña apareció en el número 32 de la revista Nayagua de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, aquí el enlace: